miércoles, 6 de agosto de 2008

Infinito, de Lilia Ramírez




Infinito
Revista Parteaguas
Otoño 2007, AÑO 3, N0. 10
Instituto Cultural Aguascalientes


Papá, ¿qué es infinito?, Que no se termina de contar nunca. Tal respuesta fue bastante difícil de aceptar, ¡cómo no se iba a poder! Para comprobarlo atosigué, durante toda una jornada a la cercana Sierra de Zongolica, a mi paciente maestra del segundo grado de primaria mientras recorríamos su pueblo natal a la búsqueda de aportaciones monetarias que me abrirían el camino hacia la crema y nata de la nobleza escolar: Reina de la Primavera. Debido tal vez a que la bondadosa profesora había sabido conservar sus amistades, o a la gracia que mis escasos años exhibían, conseguimos reunir mayor cantidad de dinero que los otros grupos de nuestra escuela, sin embargo, nuestros esfuerzos resultarían vanos, puesto que el cetro iba a serme arrebatado por el injusto veredicto de la Dirección, quien a última hora decidió otorgarlo a la candidata del sexto grado, argumentado en la cercanía de su egreso (me pregunto todavía si el director padecía cierta aversión a convivir con una reina legítima).

De cualquier manera, sentada en el trono de la corte que presidió las fiestas primaverales de ese año, en el desaparecido Barrio Textil de Cerritos, al norte de la ciudad de Orizaba, la usurpadora portó con descaro una hermosa capa de terciopelo rojo, cetro y corona, financiados con los recursos de los antiguos vecinos de mi obediente profesora.

El asunto es que, como dije antes, durante el viaje a la Sierra conté y conté sin parar: uno, dos, tres…, ciento uno, ciento dos, ciento tres…, mil uno, mil dos, mil tres…, diez mil uno, diez mil dos…, cien mil uno, cien mil dos…, ¿Qué sigue después del novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve?, Un millón, contestó inmutable mi maestra. ¿Y después?, Otra vez un millón uno, un millón dos. Inmediatamente advertí la trampa: no había novedad en los términos para nombrar los números mayores, se trataba de una simple repetición que volvía a empezar cuando se llegaba al límite. Entendí que con ese sistema, realmente no se acabaría nunca de contar, pues no era cuestión de genio, sino una treta inventada para no tener final. Inmediatamente perdí interés en seguir la comprobación de tal asunto y me dediqué a observar a los perros callejeros que en el pueblo de mi maestra abundaban, y a sonreírles a los rancheros que, ataviados con sombreros y huaraches, depositaban en la urna de recolección arrugados billetes y sonoras monedas como contribución al logro de un trono, predestinado a ser arrebatado.

Pasados muchos años, de viaje nuevamente por esa exuberante y majestuosa Sierra debido a motivos muy diferentes a colectar dinero, observé arrobada algo que había olvidado viviendo en la ciudad: el plateado cielo que cubría toda la bóveda celeste, manifestaba tal aglomeración de estrellas que no quedaba sitio para una más. Encriptada en las ondas de un ladrido lejano, la respuesta de mi padre llegó como una revelación: infinito es, que no se termina nunca de contar.

60 años de Federico Turnbull, (Le Monsieur)





Como integrante de la Gloriosa Generación 66-70 de Ingenieros Químicos de la Facultad de Ciencias Químicas de la U.V., me siento muy feliz de estar aquí reunida con todos ustedes, familiares y amigos de Federico Turnbull Muñoz, para festejar con él sus 60 años de vida. Agradezco la invitación que me hiciera su hermana Marilú, para participar en estas remembranzas de su juventud, que es la nuestra.

Es una celebración, pero más que eso, me gustaría que pudiésemos considerarlo también un homenaje a un amigo, colega, paisano, gran profesionista, hombre noble, honesto, que desde joven, se adueñó de un bagaje cultural muy extenso.

Si ponemos atención a nuestra memoria, veremos otra vez a “el mesié” (apodo que Federico se ganó gracias a sus conocimientos de lengua francesa), discurrir su discurso favorito sobre la problemática belicosa en el oriente medio: conocía los nombres de gobernantes, ministros, héroes y caudillos de la agreste situación política del naciente Estado de Israel el cuál, curiosamente, el 14 de mayo de 1948, coincidiendo con el año de nacimiento de nuestro amigo, fue proclamado como nuevo estado con la voz de David Ben Gurión. No es extraño que, con el tiempo, Federico se ganara una beca para estudios de posgrado en ese país.

También recuerdo que Federico, cuando lo conocí en 1964, ya dominaba el idioma inglés y como ya he dicho, estudiaba francés. Sin embargo, hasta cierto punto era tímido, se ruborizaba con facilidad cuando hacíamos bromas o algo le sonrojaba: al mismo tiempo que se quitaba los lentes cerraba sus ojos y una gran sonrisa cubría su rostro que se tornaba rosáceo, lo recuerdo tan vivamente como lo veo ahora, sentado aquí.

En el grupo de estudiantes que éramos entonces, subsistíamos una muestra de todo el estado de Veracruz como en una colmena: de las Choapas a la Huasteca; de las grandes Montañas a la Cuenca y los Tuxtlas; de los productos notables a los zapatos de obrero; de los “mazokos” a los atletas; de los enamorados a los ratones de biblioteca. Esta colmena se formaba de celdillas en las que cada subgrupo, igual que en la Tabla Periódica, tenía sus propios códigos y a veces resultaba muy difícil enviar o recibir mensajes entre ellos. Federico siempre fue ecuánime, aconsejaba sensatamente cualquier situación de desacuerdo que surgiera entre nosotros. Nos inspiraba respeto. La figura de su señor padre, Don Federico, empleado de alto nivel de la entonces Cervecería Moctezuma, era un personaje a quien todos admirábamos en secreto, a pesar de que no compartiera sus conocimientos con nosotros formalmente, representaba el modelo a seguir por la mayoría: llegar a ser un ingeniero de proceso, descifrar los diagramas de flujo, entender los secretos de los reactores, dar vida a las fórmulas, desentrañar las propiedades de las sustancias; la fragorosa vida del ingeniero químico en campaña.

Con los años aprendí que no eran los reactores, ni los diagramas, ni el flujo de materiales en quienes debía gastar mi energía, agotarme hasta caer rendida. Entendí que lo más importante de la planta química, de nuestros trabajos, de nuestros empleos, de nuestras familias, es el servicio y entendimiento que existe entre los seres humanos. Que aquellos códigos diferentes que tuvimos cuando jóvenes, separados por nuestras propias características químicas y físicas, se han convertido en una estructura molecular que nos agrupa hoy armoniosamente y que nos permite juntos, rendir homenaje por su vida, a nuestro colega, a nuestro querido amigo y hermano: Federico Turnbull Muñoz.

Orizaba, Ver. 19 de julio de 2008

Vertebrario de los Ocasos, de Enrique Quiroz












Rocío Oltehua, Hugo López Fernández, Rosalía Alvarado de Nani, María Elena Hinojosa Córdova, Leonardo Jiménez y Nati Rigonni en el Foyer del Teatro Llave.

Rocío Oltehua, representante del Grupo Cultural de Desarrollo y Gestión Arteria, fue la conductora de la mesa en la que se presentaron los poemarios Vertebrario de los Ocasos del poeta acayuquense Enrique Quiroz y Tierra de Sol de la escritora orizabeña Lilia Ramírez, quien con este poemario se hizo acreedora al 3er Lugar en los XLIX Juegos Florales Nacionales en la Cd. de Papantla de Olarte, Ver. el 23 de mayo de 2008.

La crítica del trabajo de Quiroz, la hicieron muy acertadamente, los poetas locales: Nati Rigonni Olivo y Hugo López Fernández, quienes junto con Lilia Ramírez, son ex compañeros del taller Libre de Creación Literaria “Parménides García Saldaña” de esta ciudad. La lectura de los poemarios se llevó a cabo con las voces de Yolanda I. Castro de Flores y Lilia Ramírez, quienes deleitaron al auditorio con una poesía fresca, contemporánea, vigorosa y fuerte, que refleja la sensibilidad en el quehacer artístico de nuestro hermoso estado de Veracruz.



Orizaba, Veracruz, 10 de junio de 2008
Teatro Ignacio de la Llave.
10 de junio de 2008
19:30 hr

Lectura y Comentarios:

Nati Rigonni Olivo
Hugo López Fernández
Yolanda Castro de Flores
Lilia Ramírez






Vertebrario de los Ocasos

“…era un niño tallando una madera
que nunca tuvo forma. Era un niño
mirando a contra luz el contorno
de las chicharras muertas. Era un niño
confundido en las formas y colores
de los fantasmas poblando la casa…”

Enrique Quiroz

Sobre el poemario de Quiroz, Rigonni dice:
«… Es este un poemario muy intenso, un poemario que apuesta lo mismo por el largo aliento que por la contundencia del poema breve, es este un poemario donde el amor, fiera acechante, es más bien una pasión. Un poemario, al estilo de Baudelaire, maldito y al mismo tiempo luminoso donde “El paisaje es una nube blanca que intenta resarcir la luz.”»

Al finalizar las lecturas y comentarios del público, el M.C. Armando López Macip, en su calidad de Coordinador de Cultura, entregó los diplomas que otorgó el H. Ayuntamiento de la Ciudad a los participantes, acto seguido, se ofreció un Brindis de Honor en el Foyer del Teatro Llave, donde se organizó una tertulia cuyo tema principal, fue la poesía.

Balada para la gente común, de Edmundo López Bonilla




Dar título a una obra de cualquiera de las Bellas Artes es una tarea difícil para los creadores. Ya que éstos piensan varias alternativas antes de decidirse por alguna de ellas. La dificultad de la tarea consiste en escoger un nombre que refleje de una manera lo más acertada posible, aquello que se desea transmitir.

Si de pintura abstracta se tratase, cuando no queda claro lo que representa el cuadro que se contempla, nos auxiliamos del título para comprender un poco el significado. A veces lamentablemente, nos encontramos con una etiqueta que dice: S/t (sin título), a mí me sucede en estos casos, que sufro una especie de desamparo, pues queda a mi total responsabilidad descifrar el mensaje contenido en la obra. A veces, también he sufrido estos desencuentros con la escultura.

El título de “Balada para la gente común”, es una paradoja, yo la entiendo como una balada de la gente común, es decir, gestada a partir de esa gente que contemplamos todos los días, en cualquier parte, en el mercado o en el autobús, en los parques públicos, en las calles, en los vendedores que tocan a nuestra puerta… tales son los personajes que conforman estos veintiocho relatos que López Bonilla esquematiza en su libro, logrando en algunos textos captar con claridad la esencia de los personajes más allá de los costumbrismos, de las tradiciones. Cito a Alejo Carpentier en su ensayo “Problemática de la Actual Novela Latinoamericana”, UNAM, 1964, p. 12.

“No es pintando a un llanero venezolano, a un indio mexicano (cuya vida no se ha compartido en lo cotidiano, además) cómo debe cumplir el novelista nuestro su tarea, si no mostrándonos lo que de universal, relacionado con el amplio mundo, pueda hallarse en las gentes nuestras – aunque la relación, en ciertos casos, pueda establecerse por las vías del contraste y las diferencias.”

Aunque se trata de un ensayo sobre el género de novela, este mérito lo logra López Bonilla por ejemplo en los cuentos “Alegría truncada” y “Despertares”, donde los personajes trascienden a lo universal, al drama humano que puede reproducirse en cualquier parte del planeta.

Sin embargo, tres son las características principales que he identificado en estos relatos y a las que quiero aludir en este ensayo:
En primer término, me referiré a los protagonistas. Una característica de estos textos es que se manifiesta una gran capacidad para animar en ellos una amplia gama de pasiones: remordimiento, desamparo, soledad, avaricia, incredulidad, voracidad, venganza, adulación, y otros sentimientos crudamente descubiertos, desnudados, concatenados por estos personajes cotidianos que se presentan ante el lector con vida propia: atormentados o tristes, decepcionados o engañados, perseguidos y decepcionados, desde el campo a la ciudad, del amor a la incredulidad, de la pobreza a la persecución, de lo irónico a lo trágico. Por otro lado, al leer las historias, se encuentra uno con que cada personaje se desenvuelve con acierto, el perfil con que se nos ha dejado entrever corresponde a sus acciones, y aunque existen sucesos imprevistos, éstos corresponden al mundo, a la incertidumbre de las cosas de la que todos participamos en nuestro devenir. Sin embargo, sus acciones corresponden adecuadamente a lo que se espera de estos héroes o heroínas, es decir, están bien definidos psicológicamente. El autor logra transmitir sus características de una manera acertada y convincente. Uno se pregunta, qué no habrá visto Mundo en su vida, que puede recorrer una gama tan amplia de las pasiones en las que cada uno de nosotros caemos, cuando solamente somos un dato estadístico, como en una red que atrapa al azar a sus víctimas.

En segundo lugar me referiré al contexto: se advierte un continuo regreso a la campiña, al monte, a la vida rural, manifestado a través de un gran dominio sobre el conocimiento de la labranza, de los cultivos, de la flora y la fauna, de las costumbres de los ranchos. Existe también en el texto una constante alusión a la vida obrera y la lucha de clases, a la separación entre ricos y pobres caracterizados por arquetipos irreconciliables, aunque los relatos se enfocan más bien desde el punto de vista del proletario.
En tercer término, me referiré al lenguaje; se muestra un gran esmero en la selección de los términos, un lenguaje poco común. Nuestro autor se aplica en la búsqueda de palabras nuevas para describir, nombrar, calificar escenas cotidianas. Términos tales como tufillo, pantalla de torturas, redomas, errancia, muina, hurañez, chamusquina, acibarada, yerro, comba, debacle, pergeñado, se entremezclan con los personajes que pueblan las historias que nuestro autor narra. Yo lo veo una audacia, un hábito que poco a poco ha sido desarrollado hasta convertirse en una característica, en un distintivo fácilmente reconocible de Mundo López Bonilla, quien se adentra de una manera enciclopédica al uso del lenguaje.

Edmundo López Bonilla, amigo de hace muchos años, consolida con este libro, un estilo propio al ahondar en el alma, en el alma de la gente común.

Orizaba, Ver. 31 de julio de 2008
19.00 horas

Sala General Ignacio de la Llave
(Altos del Palacio de Hierro), Orizaba, Ver.
Lectura y comentarios:

Lilia Ramírez
Hugo López Fernandez
Edmundo López Bonilla