sábado, 29 de junio de 2013

SOLTAR O MORIR



Esta es una historia que puedo compartir con ustedes gracias a mi hija. Ella la conoció de labios de Esteban, un catalán que cambió su vida emocionalmente. Y no me refiero a su vida sentimental. Sencillamente, a la manera de responder a los sucesos que día con día nos enfrentamos y a cuya capacidad de contestarse debe lo que somos, lo que hemos sido y lo que llegaremos a ser.Esteban Serra asegura la veracidad dela anécdota. La vivió en el África en uno de sus múltiples viajes a lo largo y ancho del Globo. Es ingeniero químico, doctor en filosofía y viaja por todo el mundo para cambiar la vida de las personas, normalmente mejorándola, pero creo que eso a él no le interesa. Dice sembrar aventando la semilla por arriba del hombro sin voltear a mirar si el grano se pudre, lo come un cuervo o germina lindamente. Yo nunca he visto a Esteban en persona, pero poco a poco le he ido conociendo a través de uno de sus libros: ¿Y si no fuera un cuento? editado por el Gobierno del Estado de Veracruz y el Patronato del DIF. Pero sobre todo, he ido aprendiendo de su filosofía a partir de lo que Marily me cuenta. Él es como de mi edad y algunas cosas que yo le he dicho a mi hija antes, él también se las ha dicho ahora, o sea que más o menos pensamos igual respecto de ella. Eso nos une. A mí me gusta mucho conocer libros y personas que platican cosas que ignoro. Es mi pasatiempo favorito abrir nuevas ventanas al conocimiento, pues leer lugares comunes como: “dos más dos son cuatro”, “el cielo se pone rojo cuando atardece” o “el vacío que dejaste no lo puede llenar nadie”, me parecen pérdida de tiempo. Y mi tiempo es cada vez más escaso. Es un líquido precioso y finito al cual le doy un trago día con día. Así que reservo mis lecturas y mis pláticas para códices y personas que aporten a mi acervo personal cosas nuevas e interesantes. Es por eso que el catalán me cae bien, él nutre mi razón y mi emoción. Sobre todo por la historia que os voy a contar en seguida. Como ya aclaré, propiamente no es una historia, es una anécdota, según le dijo a mi hija. La vivió en el África, no sé en cual parte de ese continente tan lastimado por el hambre y por el hombre pero no importa en cuál de sus múltiples llanuras fue. Lo significativo es conocer uno de los tantos hechos inverosímiles que suceden ahí. Yo, una vez estuve a punto de tomar un crucero que, saliendo de Lisboa, desembarcaría en Casa Blanca y así pisaría por fin el África. La falta de la visa adecuada lo impidió. De cualquier manera, puedo imaginar con bastante exactitud cómo lucen las llanuras del norte de África, pues he contemplado los amaneceres que, cruzando el Parque Nacional de Doñana, reserva natural al norte del río Guadalquivir, con su enorme conglomerado de pino mediterráneo permiten admirar, por encima de su conjunto,rumiantes amaneceres y aladas puestas de sol. Tal imagen me transporta ahí. La mayoría de las personas saben que en tal continente abundan los changos (solo hay que evocar a la familia de Tarzán) pues es con esta palabra que, en México, se designa a los monos o simios, porque en otros países, según el diccionario de la Real Academia Española, significa cosas diversas: en Honduras, por ejemplo,equivale a elegante (buen gusto y distinción para vestir), en Puerto Rico y República Dominicana es sinónimo de bromista o de persona de modales afectados, en Bolivia y Colombia se usa para designar a un muchacho o muchacha, en Argentina se llama así al carrito para cargar las compras.
Pues Serra fue invitado por algunos vecinos de la comunidad donde se encontraba, a “ir de cacería”. A pesar de estar tal actividad en contra de sus predicaciones, aceptó sin pensarlo mucho para observar una tarea muy común a la gente que vive o visita el continente cuna de la Humanidad. El rito, para sorpresa de nuestro amigo, comenzó y terminó con la preparación de una caja de madera de tamaño no más grande que el de las rejas de frutas que se usan aquí. A la caja le cerraron sus seis lados y le perforaron en el medio de uno de ellos un agujero no mayor de lo ancho de la palma de una mano de diámetro. La partida a la cacería era inminente y ninguna señal de arma alguna se manifestaba, excepto el agujero en la caja. Los hombres se echaron al hombro una penca de plátanos y comenzaron a desfilar. Serra los siguió hasta llegar a un lugar de vegetación bastante tupida. Se detuvieron, sonrieron entre sí y colocaron la caja en un claro en el medio de los entrelazados árboles. Se sentaron en cuclillas a comerse los plátanos y el catalán los imitó. El corazón le latía fuertemente pues pensaba que de repente llegaría la presa y se metería en el cajón: tal vez alguna serpiente venenosa. Al final del convivio, uno de los hombres, de enorme sonrisa blanca, metió el último de los bananos en la caja,más todas las cáscaras arrancadas. Entonces lo invitaron a marchar de regreso. Cuando la brisa empezó a refrescar la tarde, los nativos dieron muestra de inquietud y se congregaron para partir de nuevo. Ahora llevaban una vieja tabla y un primitivo mazo. Los olió al regresar, cuando entraron al caserío con el chango sobre una la tabla convertida en carretilla. Aún con la cabeza destrozada, el simio esgrimía un plátano en una de sus manos: el banano que había asido en el interior de la trampa y al que nunca se le ocurrió soltar para salvar su vida.