Esta es una
historia que puedo compartir con ustedes gracias a mi hija. Ella la conoció de
labios de Esteban, un catalán que cambió su vida emocionalmente. Y no me
refiero a su vida sentimental. Sencillamente, a la manera de responder a los
sucesos que día con día nos enfrentamos y a cuya capacidad de contestarse debe
lo que somos, lo que hemos sido y lo que llegaremos a ser.Esteban Serra asegura
la veracidad dela anécdota. La vivió en el África en uno de sus múltiples
viajes a lo largo y ancho del Globo. Es ingeniero químico, doctor en filosofía
y viaja por todo el mundo para cambiar la vida de las personas, normalmente
mejorándola, pero creo que eso a él no le interesa. Dice sembrar aventando la
semilla por arriba del hombro sin voltear a mirar si el grano se pudre, lo come
un cuervo o germina lindamente. Yo nunca he visto a Esteban en persona, pero
poco a poco le he ido conociendo a través de uno de sus libros: ¿Y si no fuera
un cuento? editado por el Gobierno del Estado de Veracruz y el Patronato del
DIF. Pero sobre todo, he ido aprendiendo de su filosofía a partir de lo que
Marily me cuenta. Él es como de mi edad y algunas cosas que yo le he dicho a mi
hija antes, él también se las ha dicho ahora, o sea que más o menos pensamos
igual respecto de ella. Eso nos une. A mí me gusta mucho conocer libros y
personas que platican cosas que ignoro. Es mi pasatiempo favorito abrir nuevas
ventanas al conocimiento, pues leer lugares comunes como: “dos más dos son
cuatro”, “el cielo se pone rojo cuando atardece” o “el vacío que dejaste no lo
puede llenar nadie”, me parecen pérdida de tiempo. Y mi tiempo es cada vez más
escaso. Es un líquido precioso y finito al cual le doy un trago día con día.
Así que reservo mis lecturas y mis pláticas para códices y personas que aporten
a mi acervo personal cosas nuevas e interesantes. Es por eso que el catalán me
cae bien, él nutre mi razón y mi emoción. Sobre todo por la historia que os voy
a contar en seguida. Como ya aclaré, propiamente no es una historia, es una
anécdota, según le dijo a mi hija. La vivió en el África, no sé en cual parte
de ese continente tan lastimado por el hambre y por el hombre pero no importa
en cuál de sus múltiples llanuras fue. Lo significativo es conocer uno de los
tantos hechos inverosímiles que suceden ahí. Yo, una vez estuve a punto de
tomar un crucero que, saliendo de Lisboa, desembarcaría en Casa Blanca y así pisaría
por fin el África. La falta de la visa adecuada lo impidió. De cualquier
manera, puedo imaginar con bastante exactitud cómo lucen las llanuras del norte
de África, pues he contemplado los amaneceres que, cruzando el Parque Nacional
de Doñana, reserva natural al norte del río Guadalquivir, con su enorme
conglomerado de pino mediterráneo permiten admirar, por encima de su conjunto,rumiantes amaneceres
y aladas puestas de sol. Tal imagen me transporta ahí. La mayoría de las
personas saben que en tal continente abundan los changos (solo hay que evocar a la
familia de Tarzán) pues es con esta palabra que, en México, se designa a los monos
o simios, porque en otros países, según el diccionario de la Real Academia
Española, significa cosas diversas: en Honduras, por ejemplo,equivale a elegante (buen gusto
y distinción para vestir), en Puerto Rico y República
Dominicana es sinónimo de bromista o de persona de modales afectados, en Bolivia y Colombia se usa para designar a un muchacho o
muchacha, en Argentina se llama así al
carrito para cargar las compras.
Pues Serra fue
invitado por algunos vecinos de la comunidad donde se encontraba, a “ir de
cacería”. A pesar de estar tal actividad en contra de sus predicaciones, aceptó
sin pensarlo mucho para observar una tarea muy común a la gente que vive o
visita el continente cuna de la Humanidad. El rito, para sorpresa de nuestro
amigo, comenzó y terminó con la preparación de una caja de madera de tamaño no
más grande que el de las rejas de frutas que se usan aquí. A la caja le cerraron sus seis lados y le perforaron en el medio de uno de ellos un agujero no mayor de lo
ancho de la palma de una mano de diámetro. La partida a la cacería era
inminente y ninguna señal de arma alguna se manifestaba, excepto el agujero en la
caja. Los hombres se echaron al hombro una penca de plátanos y comenzaron a
desfilar. Serra los siguió hasta llegar a un lugar de vegetación bastante tupida.
Se detuvieron, sonrieron entre sí y colocaron la caja en un claro en el medio
de los entrelazados árboles. Se sentaron en cuclillas a comerse los plátanos y
el catalán los imitó. El corazón le latía fuertemente pues pensaba que de
repente llegaría la presa y se metería en el cajón: tal vez alguna serpiente
venenosa. Al final del convivio, uno de los hombres, de enorme sonrisa blanca,
metió el último de los bananos en la caja,más todas las cáscaras arrancadas.
Entonces lo invitaron a marchar de regreso. Cuando la brisa empezó a refrescar
la tarde, los nativos dieron muestra de inquietud y se congregaron para partir
de nuevo. Ahora llevaban una vieja tabla y un primitivo mazo. Los olió al regresar,
cuando entraron al caserío con el chango sobre una la tabla convertida en carretilla.
Aún con la cabeza destrozada, el simio esgrimía un plátano en una de sus manos:
el banano que había asido en el interior de la trampa y al que nunca se le
ocurrió soltar para salvar su vida.