En un lugar llamado Paraíso, existe un puente donde viven los ángeles que custodian a los seres infantiles. Hay uno para cada niño. Cada ser alado permanece con su pupilo aun después de la edad en la que al llegar a viejos, querrán perpetuar misterios en los oídos de otros niños. Su ángel los escolta siempre, los acompaña cuando emprenden rumbos mucho más extensos que la insondable distancia que existe hoy entre la inocencia y mi risa. Pues bien, la claridad que se cuela por el celeste hueco arranca destellos a las perlas del rocío que atrapa el puente con sus brazos de telaraña, igual que brillan las monedas para pedir deseos en el fondo de las fuentes mágicas.
Enumero ahora algunas de las fantásticas cosas que esperan en el mundo a los pequeños cuando crezcan:
- Océanos que vomitan majestuosas olas: a las más audaces aves marinas causan miedo.
- Gigantescas peñas engarzadas con corales en mares de zafiro, a las que en su afán de recorrerlas, los hombres les construyen enormes barandales.
- Selvas que engendran laberintos en las colas de los monos.
- Desiertos que forman con sus dunas, un panal de arena en cuyas celdas el viento esconde sus huellas.
- Ciudades cuyos edificios tienen elevadores para tocar al cielo, pero al tardar tanto en alcanzarlo, las personas llegan hablando lenguajes diferentes.
- Calles tan largas que si un niño intenta recorrerlas, llegará el momento en que las irá barriendo con su propia barba.
- Montañas en cuya blancura los pinceles del Sr. Sol se entretienen antes de dormir.
- Profundos cañones iluminados por el impetuoso vuelo de los últimos cóndores.
La gente sabe que estos virtuosos seres alados, además de acompañar paso a paso y aconsejar siempre a los viajeros cómo regresar sanos y salvos después de visitar tales prodigios, cumplen con singular empeño otras tareas: administran los cantos, vuelos y colores de las aves; determinan el ciclo de las cosechas; elaboran el perfume de exóticas flores tropicales; otorgan los poderes de marzo a algunas hierbas silvestres; aromatizan la miel de la caña; vigilan los retoños de mangos y naranjos; bruñen las azules alas de mariposas que revolotean entre azahares de cafetos; conducen con seguridad entre las alambradas a las tiernas guías de los chayotes, y dan el alerta a los chayotezcles para que se vayan a bañar al punto del mediodía; voltean de cabeza las pencas del platanar; alimentan al volcán en su pico con jugosas nubes; purifican y alegran el agua que brota de las montañas; duermen en la circunferencia de la piedra del gigante; retozan con madrugadores astros y se levantan justo cuando el primer rayo de sol toca los hilos de oro de su puente - casa.
A pesar de que los ángeles guardianes saben hacer tantas maravillas, sucede que a veces, cuando los arrebatos que salen de las habitaciones de los niños agotan el entusiasmo de las gotas de lluvia piando en los tejados, y todas las botellas del mundo no alcanzan para envasar los miles de litros de berrinches; desolados, los ángeles se suspenden en un extremo del puente. Un velo de neblina cubre sus pies; parecen los mascarones de la proa de extrañas naves. Extienden sus alas, las mecen muy muy rápido y derraman lágrimas a cada batir, de tal suerte que pronto su llanto inunda piedras, campos, puentes y sembrados. Cuando todo está anegado, brillan las monedas de los deseos como si hubiera una fuente mágica en el Paraíso.
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