domingo, 22 de febrero de 2009

Las flores del café, de Lilia Ramírez


Humeante calidez brota de mi cuerpo con avainillado aroma de orquídeas soles, suspendidas desde el firmamento: íntimo trópico, secreto. Agua dulce riega prehistóricos helechos. Rojos anturios, prisioneros en la alfombra, emiten quejidos de animal hambriento. Palmeras vértigo mecen cortinajes de pluma, que adornan al techo: zafiro cristalizado sobre nubes espejo copiando tu lecho. Aires de lluvia penetran por la ventana de la nada, y se respiran azahares de café hirviendo.
En un extremo del puente que une esta selva con el cielo, Adán crispa sus manos en mi cuerpo, lo sujeta con ansia. Desesperado aprieta la espalda con sus dedos: atrapa al ciervo. ¡Grito de placer y miedo! Acaricia a mi yo Eva, la olfatea, masajea sus hombros, hunde sus pulgares en el cuello: me desea. Mil años pasan en un momento. Es suya la presa y sin embargo, la suelta.
Extraviado en circunvoluciones infinitas, vaga el día de tal encuentro. La húmeda atmósfera desvanece el olor de orquídeas; el agua, calla para siempre; los anturios se libertan; las palmeras detienen sus abrazos; las plumas de ave se rompieron. Las nubes, sólo reflejan desconcierto y las flores del café, han muerto.

No hay comentarios: