Martha Elsa Durazzo y José Pablo Vega Castillo, estuvieron geniales durante la lectura de la afamada obra "La Mujer de Gris", en el Marco del X Encuentro Nacional de Escritores, coordinado por la UEEV bajo el auspicio del H. Ayuntamiento de Fortín de las Flores.
Martha Elsa, narradora y presidenta de la UEEV, muy adecuada representando a una mujer madura que quiere y no quiere tener una aventura con un joven...
Felicidades a quien realizó el casting...
Reynaldo, quien fue homenajeado durante el Encuentro por el alcance internacional que ha logrado como dramaturgo, es el autor de la obra.
El Presidente Municipal de Fortín de las Flores, Ing. Ángel Sánchez Rincón, su esposa, el dramaturgo Carballido, y algunos escritores.
jueves, 17 de julio de 2008
XLIX Juegos Florales Nacionales en la ciudad de Papantla de Olarte, Ver.
El 23 de mayo de 2008, cuando llegaban a su cúspide los festejos de la Feria de Corpus Christi, el H. Ayuntamiento, los Comités de la Feria y el Mantenedor de los Juegos Florales Nacionales y Juveniles, el poeta Ariosto Uriel Hernández, se reunieron con los poetas para entregarles sus premios en una grata ceremonia en la que leyeron los trabajos ganadores.
En Papantla, el mercado es festival, el cielo, punto de partida de los voladores que viven en él. La poesía vive en el cálido mirar de su pueblo, en las exquisitas obras del Museo Teodoro Cano, en la mano estrechada con orgullo de quienes han sido ganadores muchas veces de otros concursos, poetas por derecho del
Totonacapan, olorosa llama,
color de crujido tierno,
sabor de mazorca roja
que desgrana
con su cuchillo, el tiempo.
La escritora Martha Lydia Vivanco y su libro "De Mares Lunas y Amores"
Figura sobresaliente de la difusión de la lectura en el centro del estado de Veracruz, Martha Lydia Vivanco Ricaño, contribuye con esta obra a divulgar su propia interpretación de la luna, del mar, del amor. Para ello, liga presente y pasado bajo un cielo al que juzga de indefenso, como si con ello aludiera a su propia indefensión ante las pasiones a las que la vida nos enfrenta: enamoramientos, desengaños, despedidas, muerte.
Este poemario, en el que ella marcha con paso intenso, es su voz que habla en nombre de todas las voces: el irremediable ciclo de nacer para morir, aprovechando la existencia para disfrutar cada detalle por cotidiano que pueda parecer, reflexionar en él y eternizarlo en el lenguaje de la poesía. Ella, quien desea ser dibujada en el agua, en secreto, con la luz a cuestas, nos transmite su aprendizaje sobre la fugacidad de toda actividad humana. El eterno renacer que a través de su obra puede apreciarse, nos ayuda a apreciar el lenguaje que las situaciones comunes a toda existencia nos obsequian, si tenemos la sensibilidad suficiente.
Martha Lydia, me consta, es una empedernida de la lectura, del aprendizaje, de la constante actualización, por lo que este poemario seguramente será seguido por otras obras que nos muestren más de lo que ella ha escrito con tanto empeño, entregada al oficio de enseñar para aprender.
Este poemario, en el que ella marcha con paso intenso, es su voz que habla en nombre de todas las voces: el irremediable ciclo de nacer para morir, aprovechando la existencia para disfrutar cada detalle por cotidiano que pueda parecer, reflexionar en él y eternizarlo en el lenguaje de la poesía. Ella, quien desea ser dibujada en el agua, en secreto, con la luz a cuestas, nos transmite su aprendizaje sobre la fugacidad de toda actividad humana. El eterno renacer que a través de su obra puede apreciarse, nos ayuda a apreciar el lenguaje que las situaciones comunes a toda existencia nos obsequian, si tenemos la sensibilidad suficiente.
Martha Lydia, me consta, es una empedernida de la lectura, del aprendizaje, de la constante actualización, por lo que este poemario seguramente será seguido por otras obras que nos muestren más de lo que ella ha escrito con tanto empeño, entregada al oficio de enseñar para aprender.
El escritor Mario Islasáinz, y su libro “En tu nombre”.
1. El Poeta.
Mario Islasáinz, Córdoba, Veracruz, México, diciembre de 1959
Lic. en Psicología con estudios en Filosofía y Letras.
Maestría en Literatura Hispánica
Lic. en Psicología con estudios en Filosofía y Letras.
Maestría en Literatura Hispánica
Delegado de la Asociación de Escritores de México. SOGEM. 1995-96.
Fue becario del IVEC durante 1999-2000 en el género de poesía.
Coordinador de tres talleres de creación Literaria que funcionaron en el Museo de Arte del Estado, con sede en la ciudad de Orizaba.
Ha participado en más de una cuarentena de encuentros de escritores por todo el país, desde 1983.
Desde 1990, imparte talleres y seminarios de Lectura y Creación Literaria para diferentes instituciones del país.
Director- Editor de la Revista literaria “Pasto Verde” desde 1993, con la cual ha obtenido los reconocimientos nacionales para revistas independientes “Edmundo Valadés”, en 1996 y 1997.
Vicepresidente de la Red Nacional Autónoma de Talleres Literarios. 2002.
Coordinador General del 1er Encuentro Nacional de Escritores, organizado por la Casa Laboratorio de Expresión y Talleres Libres, A.C., del 24 al 26 de mayo, de 2007, en el Museo de Arte del Estado de la Ciudad de Orizaba, Ver.
Promotor y Difusor Cultural Independiente, desde siempre.
2. Su obra.
Ha sido antologado en:
Antología de Poetas. INBA 1990. México. D.F. Escritores Veracruzanos. Hojas de Utopía. 1995. México. D.F. Poetas Veracruzanos. El cocodrilo Poeta- 1996. México. D.F. Muestra de Poesía Veracruzana. Cultura de Veracruz. 1998. Xalapa, Ver. Martirologio de este siglo, Homenaje al Marqués de Sade. UAM X. 2001. México. D.F. IV Maratón de Poesía. TunAstral-Gobierno del Estado de México. 2002. Toluca. Méx.V Maratón de Poesía. TunAstral-Gobierno del Estado de México. 2003. Toluca. Méx.VI Maratón de Poesía. TunAstral-Gobierno del Estado de México. 2004. VII Maratón de Poesía. TunAstral-Gobierno del Estado de México. 2005.
Libros publicados:
Luna breve, Col. Retorno de Quetzalcóatl. 1994. Orizaba, Ver. Poesía.
Mi cuerpo de río. Col. La Hoja Murmurante. 1995. Toluca. Edo. De México. Poesía.
Desfiguraciones. Ediciones Nandayapa. Chiapas. 1996. Poesía.
Recuento de imágenes sorprendidas. Col. Acayácatl. 1997. Poesía.
Sábado entero para amanecer domingo. Edit. Com. Morelos 1997. Cuento.
Autorretrato de abril. 1997. Poesía.
El Buscador. Cultura de Veracruz. Xalapa. 1997. Novela.
Prosas en Consecuencia. 1998. Poesía.
Autorretrato Nocturno. Col. Los Hijos de Ahuaializapan. 1998. Poesía.
Breve recopilación de poemas. IVEC- Museo de Arte del Estado. 1999.
Ajena Mía. Ediciones Metlac.2002. Córdoba, Ver. Poesía.
Cuerpos Poemármoles. UAEM-La Tinta del Alcatraz. 2000. Poesía.
Lengua de aguacero. Ediciones La Propela. 2000. México. D.F. Poesía.
En tu nombre. (preámbulo) Edit. Los Hijos del Maíz. 2001. Poesía.
Reflecturas. Col. Atarazanas. IVEC. 2002. Poesía.
En tu Nombre. Editorial Praxis. 2002. México. D.F. Poesía.
Sin tus ojos, amor, niña rosa. Linajes Editores. 2004. México.D.F. Poesía.
3. El hombre.
“ El Mario”, como a él gusta que le llamen, no puede dormir, no puede llorar y fuma todo el tiempo mientras bebe café con cinco cucharadas de azúcar cada taza. Mario piensa más en los demás que en sí mismo. Da y da y da. Se da todo él cuando no está escribiendo. Y cuando está escribiendo, también se da todo a través de las letras. Mario es muy disciplinado para tallerear los trabajos. Asistir a su taller es un privilegio que todos entendemos, sin embargo, él nunca acepta un “gracias Mario”, siempre contesta: “de qué”, de una manera que de veras te hace sentir que no ha hecho nada por ti y que uno ha logrado escribir mejor, gracias a su propio esfuerzo.
4. El libro.
“En tu nombre”. Editorial Praxis, Colección Dánae, México, D.F., 2002.
“No te he llorado, Padre,
Me da miedo la primera lágrima,
Me remonta al mar que nunca miré contigo,
Bastaba echar una ojeada a tus ojos
Para estremecerme ante la inmensidad.” (pp. 32)
El libro “En tu nombre”, se compone de ochenta y seis páginas que contienen ochenta y cuatro sentidos poemas que “el Mario” escribió a la memoria de su padre, quien murió a causa de un accidente en las vías del ferrocarril que cruzan la entrada a la ciudad de Orizaba.
Si alguno de ustedes preguntara cuál es el color de las páginas de este libro, sin lugar a dudas contestaría: azules; si desearan conocer su extensión, la respuesta sería: tres generaciones; si quisieran saber su edad, sabrían de inmediato que eternamente lucirá once lustros. Para seguir describiendo esta obra titulada “En tu nombre”, también explicaría su sabor oscilante entre el deleite y la amargura; su procedencia desde formidables ríos que algunas veces contienen lágrimas y otras, arrastran una corriente de risas, pero siempre desembocan en un mar color de ojos.
Copiosas lluvias fertilizaron la tierra donde este libro fue gestado: cierta habitación ataviada con una colcha familiar, donde una silla blanca sostiene perenne la presencia de un hombre que luce siempre apuesto, desde la perspectiva de un Mario niño, que transportado por un vientre materno, alcanza la orilla de otro niño Mario, el heredero de la abuela y sus sonoras carcajadas.
Por otro lado, la pinche muerte no ha podido despojar a su rival, la madre suspendida sobre el baile, del amante-padre cuyos ojos y maneras suaves, le han señalado el camino hacia el jardín color tarde verde agua, en donde un rayo de sol se enreda entre hojas y proyecta sombra de marios, los cuáles son tres y la misma persona, como perfecta Trinidad.
En las páginas de “En tu nombre” vive también el otro, el pequeño, el dulce y tierno hijo menor, quien tendido en la cama, con los brazos en cruz, repite anhelante: Toto, Totito.
El hijo-padre ha recogido la semilla, aprendido a cosechar las enseñanzas del hombre-joven-guapo; su buen humor convertido en chistes; su saber disfrutar la vida. Se debate entre los polos de una misma escala: en uno de ellos está su padre muerto, en el otro extremo, el padre está vivo. Por momentos, reconoce la ausencia del ser amado, llora amargamente sin derramar alguna lágrima y se mantiene a distancia de la tumba sobre la que no quiso depositar ni un puño de tierra, reconociéndola como propiedad ajena, a la que le está vedado entrar. Otras veces encara la Muerte, no la de su padre, sino a esa desoladora y loca destructora, que vive agazapada en todos los tonos de azul del acero.
Finalmente, este libro dota solamente a uno de los tres marios (la incertidumbre queda para ustedes), de zapatos nuevos, luminosos. Zapatos que no han andado todavía el camino de esa noche que imprimió huellas negras en las plantas de los pies del que yace ahora en la tumba, cuando anduvo buscando por la vida, sin saberlo, al poeta de su muerte.
martes, 15 de julio de 2008
Portaldelescritor.com
Poemas tomados del libro: ¡Más luz!
ISBN 978-84-935713-8-2
Impreso en España
Silencio de sirenas
Soy sirena silenciada
por la gubia que talla la madera.
Soy sirena de desierto, lagartija,
y me brotan por los ojos las arenas.
El trigal es un demonio.
El pan se parece a los beduinos
que se tapan del sol con manto de agua,
se comen los higos del rebaño
y a las seis ordeñan a las cabras.
Soy yo, quien las ordeña
antes de sacrificarlas,
antes de dejarlas ir por el arroyo,
antes de convertir en pan los arenales,
antes de morir de hambre entre los riscos.
Y en este trigal de todos y de nadie,
admiro a los que, antes que yo,
se atragantaron con hierba, muriendo
de este amarillo intenso,
de este ahogo de sirenas.
Morir con las manos de mi madre
Quiero lavar mis celos de infortunios,
quiero cegar mis ojos con tizones,
quiero dar de comer a los muertos de hambre,
quiero ser los labios que en sus pechos
sepultan girasoles.
Quiero morir con las manos de mi madre,
ser la madre que desgaja corazones,
quiero andar por el camino, amarillo, maldito, bendito,
indescifrado
con pies que han aplastado
semillas de martirio.
ISBN 978-84-935713-8-2
Impreso en España
Silencio de sirenas
Soy sirena silenciada
por la gubia que talla la madera.
Soy sirena de desierto, lagartija,
y me brotan por los ojos las arenas.
El trigal es un demonio.
El pan se parece a los beduinos
que se tapan del sol con manto de agua,
se comen los higos del rebaño
y a las seis ordeñan a las cabras.
Soy yo, quien las ordeña
antes de sacrificarlas,
antes de dejarlas ir por el arroyo,
antes de convertir en pan los arenales,
antes de morir de hambre entre los riscos.
Y en este trigal de todos y de nadie,
admiro a los que, antes que yo,
se atragantaron con hierba, muriendo
de este amarillo intenso,
de este ahogo de sirenas.
Morir con las manos de mi madre
Quiero lavar mis celos de infortunios,
quiero cegar mis ojos con tizones,
quiero dar de comer a los muertos de hambre,
quiero ser los labios que en sus pechos
sepultan girasoles.
Quiero morir con las manos de mi madre,
ser la madre que desgaja corazones,
quiero andar por el camino, amarillo, maldito, bendito,
indescifrado
con pies que han aplastado
semillas de martirio.
Desconfianza
A veces desconfío del silencio del bosque
por las inexactas sombras
que proyectan sus contornos.
Del aire que muda sus huecos en las ramas
y de las cortezas desgajadas
con palpitantes congojas.
Desconfío de los rítmicos
pájaros carpinteros, de
sus códigos sonoros,
de las agonizantes flores
que gimen al sol por un destello
mientras sensuales rosas
ceden a la corona sus espinas.
Desconfío de la luz
cuyo acróbata sin cuerda
no deja huella en las arenas.
Porque vacía de Él,
yo también paseo mi cruz
por las tardes de madera,
entre frascos de romero
y cadenas de papel de china.
Desconfío de la zábila,
de los caracoles que la anidan,
de los alcatraces cuyas bocas secas
claman al arroyo caprichoso.
Desconfío de los niños que abarrotan
la parroquia,de su campanario
llamando a la piñata
para secar sus lágrimas de hambr,
cuando la ciudad entera
es un capullo abierto por la plaza,
vendedores de palmas santas
adornadas con brillantina:
Dolorosas imágenes.
Cientos de alacranes emergen de las cloacas.
Desconfío cuando todo
el cuerpo me sabe a rosa seca
y en mi memoria se malgasta la rayuela
por los vestidos de moños cuyos holanes
se desgarraron en riñas fraternas.
Desconfío cuando escucho los pasos
de la que fue mi abuela
y siento a otra abuela surgiendo de mi cuerpo:
cinco generaciones renuevan
cien vuelos de palomas
que atrapadas, se maltratan de las alas.
Desconfío del jardín paterno,
pues no me pertenece.
¿Qué haré yo para encontrar un sitio
donde mi niñez recobre su sombra exacta?
Lilia Ramírez
Etiquetas:
poesía latinoamericana
Latinoamérica Escribe 2006
Cuento publicado por la editorial Raíz Alternativa, Buenos Aires, Argentina, en la Antología "Latinoamérica escribe 2006"
Por entonces, sólo casos de extrema urgencia la animaban a salir de compras, pues el pequeño espacio de ochenta y cuatro minutos del que gozaba despierta, le resultaba insuficiente para hacer viajes a la tienda cercana. Le costaba verdaderos malabares mentales identificar cuál de los días, si el a, el b, el d o el f, era propicio para evadir las terribles colas de las quincenas solares cuyo significado no había olvidado: las tiendas se convertían en clubes sociales, guarderías y sitios donde competían ofertas de objetos inservibles y comida de plástico. También trataba de esquivar las vísperas de fiestas nacionales y religiosas por las compras de pánico de bebidas espirituosas que incitaban; las temporadas de regreso a clases con sus interminables listas de útiles inútiles; la celebración de San Valentín que encarna en objetos el amor y la amistad, del día de las madres, de los padres, del maestro, del niño, de los fieles difuntos... en fin, una lista escalofriante de eventos que ocasionaban aglomeraciones en los centros comerciales.
Cuando duplicó esta cifra, sus lapsos de sueño andaban por once punto veinticinco minutos convertidos en quince, por las razones que el lector conoce. Extrañada notó que sus periodos despierta, medían los mismos quince minutos. Resultó muy difícil para Marifer llevar la cuenta, o siquiera identificar uno a uno los cuarenta y ocho días que componían, o descomponían, un día solar. Se la pasaba haciendo anotaciones; las matemáticas no eran su fuerte, y lo peor es que los escasos momentos despierta, no le eran suficientes para buscar información sobre un mejor sistema para llevar sus registros, organizar su agenda, discernir con claridad en qué día vivía. Terminó por usar la técnica de dibujar rayitas en su vieja cartulina hasta llegar a cuatro, y cruzarlas con el quinto día. Era un procedimiento cómodo, que no requería de mucho espacio, propiedad crucial: el papel se le estaba acabando y no se atrevía a salir a comprar más, ya que no deseaba echar a perder el difícil y exclusivo plan que estaba ejecutando con tan magníficos resultados. El número de días era sorprendente, a juzgar por la cantidad de montoncitos de cinco acumulados en la cartulina, sobre la cuál ya escribía encima de las primeras anotaciones: aquellos controles perfectos apoyados en el alfabeto. Reconocía en este asunto una especie de vicio.
Sin estar del todo satisfecha, y gracias a una intuición sólo alcanzada por verdaderos genios creadores, decidió llegar hasta las últimas consecuencias. Ahora, Marifer pasa en su cama absolutamente todos sus dos mil ochocientos ochenta días de medio minuto, cerrando los ojos durante veinte segundos por cada diez que los mantiene abiertos.
A Saramago
Sin proponérselo, Marifer hizo un gran descubrimiento como consecuencia de aceptar turno mixto en su empleo. Amante del placer de dormir y porque su organismo verdaderamente así lo reclamaba, por años, al final de la comida, había tomado una breve pero gratificante siesta. A raíz del cambio de horario, este ligero descanso devino en una hora completa de sueño.
Sin proponérselo, Marifer hizo un gran descubrimiento como consecuencia de aceptar turno mixto en su empleo. Amante del placer de dormir y porque su organismo verdaderamente así lo reclamaba, por años, al final de la comida, había tomado una breve pero gratificante siesta. A raíz del cambio de horario, este ligero descanso devino en una hora completa de sueño.
Marifer, poco a poco fue habituándose a actividades propias del despertar antes del cotidiano regreso a sus labores vespertinas: apresuradamente estiraba las sábanas; desentumía sus músculos con escasos minutos de gimnasia, seguidos de un rápido duchazo; seleccionaba con coquetería su atuendo y se vigorizaba de golpe con café hirviendo. Después de un mes o dos de esta nueva rutina, tuvo la impresión de haber vivido al doble, los días del calendario.
La sensación le gustó tanto, que para incrementarla, replaneó su horario de descanso: dividió las nueve horas de sueño total, ocho nocturnas y una vespertina, en dos sesiones de cuatro y media cada una. Para facilitar al lector la comprensión de cómo eran ahora sus días duplicados, diremos que se dormía a media noche, se levantaba cuatro y media de la madrugada y sin omitir ninguno, realizaba los ritos que anteceden toda partida a un empleo. Salía rumbo a sus labores a las seis a.m. La holgura de que disponía, le permitía llevar a cabo las tareas domésticas dejadas antes en manos de gente ahora innecesaria. Al regreso, justo a las doce del día y ataviada sólo en un minúsculo underwear, corría el prolongado y grueso cortinaje de su habitación para penetrar sin los sobresaltos del calor, el mundo onírico. Despertaba cuatro treinta de la tarde; repetía las obligaciones antes descritas y con renovados bríos, se dirigía a su trabajo. Así transcurría un día solar, convertido por ella en dos días funcionales.
Poco a poco, se revelaba en su mente lo que podía significar esta inigualable y magnífica experiencia: la seguridad de haber hallado la fórmula perfecta para disfrutar la vida como nadie.
Poco a poco, se revelaba en su mente lo que podía significar esta inigualable y magnífica experiencia: la seguridad de haber hallado la fórmula perfecta para disfrutar la vida como nadie.
Después de un tiempo, pensó que aún podía aumentar los beneficios si subdividía el sueño en tres sesiones de tres horas, creando aún más despertares. Para poner en práctica esto, reorganizó sus actividades: duchábase una vez sí y otra no; hacía ejercicio con menor frecuencia; alternaba tender su cama con tomar café y bizcochos. Buscó sin descanso opciones para que sus tres periodos de vigilia, de cinco horas cada uno contenidos en un día solar, le rindieran de tal suerte, que llevara a cabo todas las actividades inherentes al cuidado de su cuerpo, pero también pudiera atender sus compromisos laborales y sociales. Sin embargo, fue registrando tal profusión de recuerdos, que sufría temporales desubicaciones acerca de la cronología de cada día, por lo cual recurrió a la treta de referirse a ellos agregando a los nombres convencionales, incisos literales. A partir de entonces, en sus monólogos, se refería al lunes a, al martes b o al domingo c.
La experiencia era tan alucinante, que Marifer se admiraba de cómo, una idea tan sencilla, no se le ocurrió antes a nadie en el mundo: toda la humanidad, por siglos, cayó en la trampa de contabilizar la duración de los días con base en la rotación de la tierra, inflexibilizando con ello, el transcurso de sus vidas. El régimen inventado por ella, podía permitir a cualquier persona, como lo probaba la evidencia actual, contemplar en tiempo real los portentos de la naturaleza ocurridos en diversos horarios: disfrutar por igual la puesta o la salida del sol, la belleza del arco iris; mirar los tres rostros de la luna; sentir la exaltación que provocan las estrellas fugaces; asombrarse del movimiento de las constelaciones, de los juegos de luces de la aurora, de las siluetas de las tormentas, y cualquier otro fenómeno que podamos imaginar, aunque nunca lo hayamos observado directamente.
Feliz con sus observaciones y convencida a plenitud de que tal situación le brindaría adicionales ventajas sobre el asunto de vivir más días que la humanidad entera, quiso ir más lejos: dividir el sueño en espacios más cortos…
Cuando llegó a subdividir en diez periodos oníricos un día solar, cada uno de estos medían cincuenta y cuatro minutos, y dado que este lapso no le pareció muy fácil de registrar en su reloj despertador, -instrumento indispensable a estas alturas para controlar las alternancias entre los ratos dormida y en vigilia-, decidió ampliar estas sesiones a una hora, lo cual facilitó su manejo. Esta fracción, arrojó la cantidad de diez horas de sueño por día. Los espacios de vigilia se redujeron a ochenta y cuatro minutos, o sea, representaron una hora veinticuatro minutos, durante los cuáles Marifer permanecía despierta antes de volverse a acostar. Estos ajustes la colocaron en la apremiante situación de hacer arreglos adicionales a sus costumbres: cuando no iba a salir de casa no se quitaba la pijama, lo cual podía suceder un lunes, martes o miércoles, nombrados actualmente con alguna de sus correspondientes subdivisiones: a, b, c, … h, i, j. Desde luego que empezaba a confundirse y eran menester minuciosos registros para no extraviarse: sobre una cartulina blanca, afortunadamente almacenada en su estudio, construyó un código de registros.
Cuando llegó a subdividir en diez periodos oníricos un día solar, cada uno de estos medían cincuenta y cuatro minutos, y dado que este lapso no le pareció muy fácil de registrar en su reloj despertador, -instrumento indispensable a estas alturas para controlar las alternancias entre los ratos dormida y en vigilia-, decidió ampliar estas sesiones a una hora, lo cual facilitó su manejo. Esta fracción, arrojó la cantidad de diez horas de sueño por día. Los espacios de vigilia se redujeron a ochenta y cuatro minutos, o sea, representaron una hora veinticuatro minutos, durante los cuáles Marifer permanecía despierta antes de volverse a acostar. Estos ajustes la colocaron en la apremiante situación de hacer arreglos adicionales a sus costumbres: cuando no iba a salir de casa no se quitaba la pijama, lo cual podía suceder un lunes, martes o miércoles, nombrados actualmente con alguna de sus correspondientes subdivisiones: a, b, c, … h, i, j. Desde luego que empezaba a confundirse y eran menester minuciosos registros para no extraviarse: sobre una cartulina blanca, afortunadamente almacenada en su estudio, construyó un código de registros.
Por entonces, sólo casos de extrema urgencia la animaban a salir de compras, pues el pequeño espacio de ochenta y cuatro minutos del que gozaba despierta, le resultaba insuficiente para hacer viajes a la tienda cercana. Le costaba verdaderos malabares mentales identificar cuál de los días, si el a, el b, el d o el f, era propicio para evadir las terribles colas de las quincenas solares cuyo significado no había olvidado: las tiendas se convertían en clubes sociales, guarderías y sitios donde competían ofertas de objetos inservibles y comida de plástico. También trataba de esquivar las vísperas de fiestas nacionales y religiosas por las compras de pánico de bebidas espirituosas que incitaban; las temporadas de regreso a clases con sus interminables listas de útiles inútiles; la celebración de San Valentín que encarna en objetos el amor y la amistad, del día de las madres, de los padres, del maestro, del niño, de los fieles difuntos... en fin, una lista escalofriante de eventos que ocasionaban aglomeraciones en los centros comerciales.
Al llegar Marifer a subdividir el día en veinticuatro porciones, tuvo conciencia de que debía dormir veintidós minutos y medio convertidos en veinticinco (según las razones antes expuestas de manejo del reloj despertador), por cada treinta y cinco minutos de vigilia. Todavía logró identificar las veinticuatro porciones, resultado de la descomposición de un simple día solar, pero el abecedario estaba a punto de agotarse y no encontraba la manera de hacer mayor número de particiones sin confundirse. Había cambiado de estrategia para encontrar espacio de darse un baño, de alimentarse, o de salir a comprar provisiones: empleaba como base todas las subdivisiones de la misma letra, los miércoles, jueves o viernes etiquetados m, querían decir disfrutar del agua; los n, ingerir una rebanada de pan acompañada de un vaso con leche; los a, los usaba para subir tres o cuatro veces las escaleras (no se trataba de perder la salud); los g, se daba tiempo para las necesidades corporales; los p, veía un rato las noticias de la televisión, pues tampoco era conveniente desconectarse de un mundo que ahora disfrutaba tanto, viviendo una cantidad de días la cual nadie antes que ella, logró en este planeta. Vaya, ni Matusalén ni algún otro viejo centenario citado en La Biblia; era un privilegio personal la cantidad de días por ella logrado. A este ritmo, calculaba, viviría veinticuatro veces más que cualquier mortal.
Cuando duplicó esta cifra, sus lapsos de sueño andaban por once punto veinticinco minutos convertidos en quince, por las razones que el lector conoce. Extrañada notó que sus periodos despierta, medían los mismos quince minutos. Resultó muy difícil para Marifer llevar la cuenta, o siquiera identificar uno a uno los cuarenta y ocho días que componían, o descomponían, un día solar. Se la pasaba haciendo anotaciones; las matemáticas no eran su fuerte, y lo peor es que los escasos momentos despierta, no le eran suficientes para buscar información sobre un mejor sistema para llevar sus registros, organizar su agenda, discernir con claridad en qué día vivía. Terminó por usar la técnica de dibujar rayitas en su vieja cartulina hasta llegar a cuatro, y cruzarlas con el quinto día. Era un procedimiento cómodo, que no requería de mucho espacio, propiedad crucial: el papel se le estaba acabando y no se atrevía a salir a comprar más, ya que no deseaba echar a perder el difícil y exclusivo plan que estaba ejecutando con tan magníficos resultados. El número de días era sorprendente, a juzgar por la cantidad de montoncitos de cinco acumulados en la cartulina, sobre la cuál ya escribía encima de las primeras anotaciones: aquellos controles perfectos apoyados en el alfabeto. Reconocía en este asunto una especie de vicio.
Sin estar del todo satisfecha, y gracias a una intuición sólo alcanzada por verdaderos genios creadores, decidió llegar hasta las últimas consecuencias. Ahora, Marifer pasa en su cama absolutamente todos sus dos mil ochocientos ochenta días de medio minuto, cerrando los ojos durante veinte segundos por cada diez que los mantiene abiertos.
Etiquetas:
Ciencia imaginaria
Flores del Cosmos
“Dios no se sirve de otra cosa sino de amor....
...porque la propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada”
S. Juan de la Cruz
Flores del Cosmos
Conejo lunar,
juguete luz celeste,
amor de niño.
En la red de luz
que la estrangula, viaja
Luna en el río.
Pájaro Luna
recamado de plata,
lengua de luz.
Luna Ceniza,
errante luna seda;
de madrugada
alcanzas la montaña:
ciclo de luna nueva.
Sangra en sus alas
arácnido incansable,
gotas de vidrio.
Mariposas y lágrimas
resbalan por la luna
Tormenta lunar
difundiendo la noche
por azul grieta.
Nácar errante
de amaneceres tibios,
perla oriental.
Tu intensa lluvia
de aguacero sediento
finge ser nube.
Tu cuerpo cincel
escribe nuestra dicha
en mi caverna.
Montaña, madre
de la luna escarchada,
húmedo ritual.
Flores de fuego
levantan las maderas
de tus ensueños.
Para recorrer
el cielo de tu rostro
no bastan manos.
Eternamente
esculpes mi cantera:
lengua de mármol.
Te admiro como
nunca, y yo me admiro más,
de haberte amado.
Desde la proa
de mi barca, destino
rumbo a tus dedos.
Por siempre estará
la redondez del nopal,
de espinas llena.
Cantos de
desencanto
desencanto
Canto primero
Relámpagos azules
desparraman cántaros
de lluvias tornasoles
chorreando vida
sobre banquetas solitarias:
empañan dulces ventanas
con viejas amargas.
Abandonados por sus capitanes,
barquitos de papel inundados
se ahogan
Relámpagos azules
desparraman cántaros
de lluvias tornasoles
chorreando vida
sobre banquetas solitarias:
empañan dulces ventanas
con viejas amargas.
Abandonados por sus capitanes,
barquitos de papel inundados
se ahogan
en amazonas de chocolate.
Se bañan en pena
los pelambres de perros
con ojos lastimeros.
Yo, descalza
camino a casa.
Se bañan en pena
los pelambres de perros
con ojos lastimeros.
Yo, descalza
camino a casa.
Canto segundo
Aquellos momentos que vivimos
se fueron adelgazando,
lenta, brevemente,
como la cintura de esa sirena inexistente,
que con sus cantos
anunciaba la agonía de nuestro amor.
Canto tercero
Cada noche es la postrera
que saboreo
oro y plata
sobre el tejado.
Bebo con suavidad:
atormentada me deleito
con gotas de miel y bruja.
Pienso en ti,
oh, sí que pienso,
mientras entretengo al gato
y a la luna.
Cada noche es la postrera
que saboreo
oro y plata
sobre el tejado.
Bebo con suavidad:
atormentada me deleito
con gotas de miel y bruja.
Pienso en ti,
oh, sí que pienso,
mientras entretengo al gato
y a la luna.
Canto cuarto
Muda estrella,
constelación de lenguas
renacida con el milenio,
engendro de moribundas voces.
Osamenta del universo,
prisionera del cisne y de sus plumas.
Albos cuellos retorcidos
por lagos silenciosos
y perturbantes palabras,
permean el aire.
Silente,
un sol látigo repta el infinito.
Canto quinto
A mi madre
Archipiélagos de miedo,
amenazantes continentes
que lavan mi alma
sobre el armario
con alcohol de hierbas santas
y aguaceros de marzo.
Mientras la llovizna reza
sobre el tejado,
lunas amarillas
y guayabas color de rosa,
suavemente me penetran
con su aroma.
Los brotes tiernos de la hierba,
matizan patios de verano.
Brillas entonces
cual espejo de mil soles,
luna de mercurio,
segmento de universo
conquistado desde tu vientre.
En mi necesidad, te rechazo,
en mi necedad, te esquivo,
fragmentas mi vida
y aún así,
como cervatillo,
me reflejo en tus aguas.
Canto sexto
Nuestros silencios
parecen hojas secas:
caen despacito,
venciendo a la gravedad con miedo;
mas siempre tocan tierra.
Canto séptimo
Siempre somos tres
uniendo nuestros cuerpos;
pero sólo pares yacen en el lecho.
Cantos desesperados
y
una letanía
Canto uno
Destrozada la impiedad
entre el reclamo de silencios,
su agonía delata aflicciones,
¡no tiene cuerpo!
Suena como eco
en busca de delicias.
Amargada como piel de plata,
se detiene
y contempla
tus ojos sin destellos.
La luz
no navega el cuerpo,
son sólo sombras
que extrañan tus contornos.
Sin aquellos labios,
tu semilla ingerminada
ya no penetra sus campos.
Ese cuerpo tuyo abandonado
enciende flores pretéritas,
y su flama
se convierte en tu alma.
Canto dos
Resucitada de tumbas diferentes,
buscando en orillas de noche,
se maquilla con luceros.
Siempre calza
idénticas sandalias;
anillos de heráldicas distintas
oprimen sus dedos;
fantasmas de casada.
Remodela la esbeltez
de su esqueleto
sepultado tantas veces,
sobre la pagana tumba
donde ofrenda el cuerpo.
Colecciona humo,
lo mezcla en espirales:
huele a incienso.
En su tarea de redimir almas,
una monja, piadosa,
reza
por la suya,
por la de ambas.
Canto tres
Acomodo la noche maloliente,
doloroso equipaje.
Colecciono ojos, párpados muertos.
Agonizo en sal, me marchito.
Mi frente sabe a luz seca,
a saliva, a entrepierna.
Mil vidas yacen
en la punta de mi lengua
amores hilvanados en la espalda:
recuerdos de luz ámbar.
De este lado de la luna, yo.
Tú, en el otro,
a cien años luz de mis pezones
entorpeciendo mis sentidos.
Originas fuentes de mis muslos:
mercurial fluido corre por mis huesos.
Mi cuerpo, ante tu cuerpo, se desnuda.
Me convierto en mancha, en papel, en tinta,
me absorbo en el tapiz de la escalera.
Desciendo al tragaluz citadino;
el metro no espera.
El azogue de las ventanas
devuelve una anciana desconocida.
En el veliz, cargo años confundidos
con el plomo del verano.
La oblicua luz amarilla,
refleja dedos
estampados con mugre
sobre el faro de los aparadores.
Oprimente soledad: restaurantes vacíos;
moscas y cocadas;
cebolla frita; manteca rancia.
Al aire, lo corto sin manos
y lo cargo en la espalda.
Me agobia, estoy sola...
Canto cuatro
Ella emerge entre sombras cual brillante espectro;
intemperie del recuerdo de saberse inmensa.
Arroja náusea
la llaga de su espalda:
visión patética.
Ninguna y todas las luces borbotean por su garganta.
Manos retorcidas sobre velas:
acre semen torturante.
Ante un poco de lujuria, su amor inclina.
Se deshace en versos y consejos.
Se da, nadie la toma.
Se revela en el espejo de la noche estrellada,
en el vuelo negriazul del ojo único del cuervo.
No es de ella de quien habla la tarde entumecida.
Prostituta del hartazgo,
no se sacia de comer flores,
se traga las raíces de la selva,
consume piedras en los páramos;
el aire la desnuda por la puerta.
Entorpecida por lisonjas
arrimadas a la soledad del alma,
se retuerce en aras del antojo.
No la atrapan lagunas encantadas.
Camina por la vida como muerta,
rasga velos del altar de la impudicia:
ajenos ojos se clavan en su vientre.
Más abajo,
el pubis delicado recibe en su in memoria
colas de sirena.
La tierra traga su sombra y la desangra;
el filo del agua quema sus párpados.
Se desmaya en púrpuras
sin venas.
Monta al unicornio,
arranca máscaras de duelo
y arrebata niños mayores
del deleite
de succionar pezones.
Letanía
Lame su entrepierna.
Destroza sus dedos.
Cura sus labios hinchados.
Trágate su furia.
Calma su delirio.
Escúchala.
Un grito se escapa de sus ojos.
La lengua regresa a su tobillo.
Poséela una vez más sobre el cielo.
Abre su cuerpo hasta la cumbre.
Vuelve a sembrar sus bosques.
Cava sus túneles de oro.
Regrésale el corazón
que te había dado.
Déjala flotar sobre tu cama,
curar su propia fiebre.
Que no te ame tanto como a su cuerpo.
Dale paz.
Así sea.
Cantos y deseos
Deseo de pereza
A pico de campana,
los rumores del cuarzo
atraviesan dolientes
manecillas sin uñas.
Perezas atrapadas
por pájaros
gritan incoherencias.
Plomo fundido el párpado,
ojo crisol,
pesado caminante.
Lecho cuyo cuerpo
conoce todo el otro,
una almohada pide la cabeza,
su sábana repite
los mil rostros de la tarde.
Las cosas del día
giran en la montaña
de los sueños:
vértigo de ecos.
Miel de vientre,
gotas de cien ojos,
largos, confundidos,
mezclados con saliva
de un sexo hambriento.
Deseo marital
Recorrer los calendarios
de octubre:
ventana oeste
que desata palomas a tu frente,
mensajeras del verano.
Visitar en mágicas alfombras
los cielos maritales.
Conducir las olas
de mi almohada
entre barcos caprichosos.
Capturar delfines sin redes
ni vitrales
penetrados siete veces
por colores espectrales.
Atrapar peces vela
transparentes,
sincronía danzante,
superficie crespa,
Aguazul marina.
Despojar de sus críos los nidos
y proteger pájaros
que remontan la cresta
del cielo
en vértigo herido.
Mantener la ilusión aquella
sin recordar apenas
el ojal de tu solapa
sepultado
entre azahares ya amarillos.
Amar sin reclamos,
como hacen las violetas
con aquellas hojas que las guardan
escondidas...
Deseo deseo
Saliste de mi lecho
un día domingo,
prometiste regresar
para el verano.
Aún te espero
en los grises movimientos
de vendavales mortecinos
cernidos sobre ésta,
mi enarbolada corona.
Conclúyeme
en la sima del deseo.
Deseo filial
I
Enmudecida mañana,
no alcanzo a vislumbrarte.
Sombras tenues proyectadas
desde tu suavidad luminosa,
hieren mis pupilas con dulzura.
Lágrimas derramo:
silenciosos rezos.
Anhelo tocarte
con la punta de mis dedos,
despierto aturdido
recordándote en la playa.
Mar de rizos
sobre un costado del viento.
II
Florecido cielo son las nubes:
pergaminos dibujando sonrisas;
adelfas enamoradas
de matices blancos y rosas;
almendros sustentados
con oloroso pan santo
nacido de tus madrugadas.
Florecido cielo son las nubes:
pergaminos dibujando sonrisas;
adelfas enamoradas
de matices blancos y rosas;
almendros sustentados
con oloroso pan santo
nacido de tus madrugadas.
III
Encamino mis pasos a la noche,
doblo al día en un pañuelo;
saco ensueños de sus cajas
y te percibo estrella
vecina de mi lecho.
Colección de partículas celestes
en el aire esparcidas,
me envuelven en
vibraciones de pájaros
y tu aleteo de ángel
extingue el agua de mis ojos.
Eres un canto iluminado
arrullando mi sueño.
doblo al día en un pañuelo;
saco ensueños de sus cajas
y te percibo estrella
vecina de mi lecho.
Colección de partículas celestes
en el aire esparcidas,
me envuelven en
vibraciones de pájaros
y tu aleteo de ángel
extingue el agua de mis ojos.
Eres un canto iluminado
arrullando mi sueño.
Deseo primitivo
I
Hace siglos, en mi vientre
se grabaron ansias;
cinceles luminosos
esculpieron mis alas
con vértebras de tu costado.
Nuestros brazos,
fueron labrados
para medirnos la sombra,
y mías tus manos,
tañeron las campanas
de mis senos.
II
Mis cielos, su mapa
y el sextante de tu barca,
nos guiaron por litorales
inexplorados en sus lechos:
la lujuria sin freno de la selva
se alzó en retamas de fuego
para luego alcanzar
la orilla de nuestro mar.
III
Todo nos fue dado
por los dos:
tu dedo sobre mi garganta;
mis manos para las tuyas;
hacia la mía tu boca;
contra tus besos mis labios;
mi vientre sobre tu rodilla;
entre tus piernas mis muslos;
tu sonrisa bajo mi espalda;
mis caderas hasta tus ojos;
tras mi luz con tu sombra.
IV
Enmudeció el cielo de celo
fundiéndonos
en un torrente de viento:
luz primitiva.
Deseo cotidiano
Del estanque de mis sueños,
se ha escapado un sapo
que croaba como nadie.
Se fue.
Huyó entre la bruma de mi abrigo,
se hundió para siempre entre mis manos,
se atragantó y se inmoló con hierba seca
como lo hacen los fanáticos.
Pobre sapo,
sólo deseaba ser besado
por la niña de sus sueños.
Deseo barato
Amargada por copas de ajenjo
encuentro que el brindis
del bohemio
hace rato que me cae de peso,
y ya no quiero pensar
en la madre abandonada.
Ahora quiero ser
la causa barata
de ese dolor de cantina.
Cantos de amor
Canto de primavera
Revientas mi semilla
con abrazos
y descubres sin torpezas
las raíces que me forman.
En fértil tierra,
separada la mala hierba
que me traga,
mi embrión se nutre
con el grito de tus dedos
y de la curva de tu espalda,
nazco.
Me reinventas flor,
pétalos de encaje
brotan del cáliz
de tu lengua:
germinas
corolas en mi pecho.
Mi tallo se vuelve eréctil
con el agua de tu entraña.
Divino soplo repartido
en cada nervadura de mi planta.
Convertida en margarita,
me deshojas,
aspiras hasta la última gota
de mi esencia.
Me secaré sin perfume.
Tú no vivirás sin mi fragancia.
No podrás sembrar otros alientos.
Morirás, cuando no percibas mis aromas en el viento.
Canto de novilunio
No sé cómo gastar las noches de marzo:
si beberme la luna,
o reposar mis sueños sobre mármol,
mientras mi cuerpo se desgrana
y agoniza en mil estrellas.
No sé cómo gastar las noches de plenilunio,
cuando nuevos destellos, aún tibios,
abren brechas en mi lengua,
e inmensas olas de tormenta repiten el milagro
irrepetido de dos siluetas y un espejo.
No sé cómo gastar las noches de novilunio
en que la ausencia de luna se funde
con el silencio de mi dicha
que ya no entona himnos, ni breves melodías.
No sé cómo gastar las noches
en que ya no brisa el vórtice de tus dedos
sobre el cosmos de mi luna.
No sé cómo gastar las noches
sin ti.
No sé cómo,
no sé...
Canto al paraíso
Cuando me miras,
los tiempos se suspenden
en almohadas
y las lunas, se estacionan
en mi lengua.
La nube absorbe brisa y
revive al arco iris
que se desmaya entre mis senos.
Tus manos
cambian cada arena
de desierto y
pierdo la noción
de que existo.
Tus labios
clavan mi alma,
mientras tu lengua
rompe mis esquinas.
Tu llave
toca mis contornos
y abre el cielo:
entrada triunfal al paraíso.
Cantos póstumos,
Epitafio
y una flor
Canto eterno
Poco a poco acepto tu ausencia,
mis oídos
se acostumbran a tus pasos lejanos,
los brazos
no alcanzan a tocarte,
mi garganta
no puede gritar más alto tu nombre,
el fuego
se queda atrapado en círculos de hielo,
las nostalgias
se acrecientan con la bruma de la tarde,
los silencios
se vuelven densos como rocas agobiantes,
el corazón
persigue tu memoria anidada en rincones de mi cuerpo,
las palabras
ya no tienen eco en tu pensamiento.
Ni la razón entiende de ausencias,
sin embargo,
mi amor te permanece intacto y quieto.
Canto de milenio
Al cruzar este dique,
remanso de agua propia,
interiorizo un canto que desde el viento
me devuelve su errática tonada:
vasija conteniendo mis despojos de niña
absurda.
Cada mañana,
en la luz esparcida
por cada hueco de mi mano,
te acumulo en todas las brisas
y en la nada,
y te asumo en
la vibración del átomo.
Iremos remontando las lloviznas
y a ese volcán crucificado
que recibe rayos penetrantes
en su izquierdo costado.
En ondas suaves
se baña la luz del mediodía,
mientras mi ser,
advierte que no estoy
cada mañana
cuando tu ausencia se engrandece
por esa luz
que derrama mi ventana.
El cielo se acorta entre
tu sonrisa y mi vergüenza,
me aborrezco cada jornada
en que no separo cada noche de su día.
¿Qué hago para verte?
¿Cómo puedo dormir
si no te hallo entre mis sueños?
Había jugado a descubrirte,
había creído verdaderamente
que cada minuto en el reloj era la vida;
pero ahora que te has ido para siempre,
despierto de mi fantasía,
de mi carisma,
de mi inefable padecimiento.
Soy para vivir,
vivo para estar dormida.
Soy ahora para encontrarte de nuevo,
seré mañana
para arrancar de mi alma este
sentimiento
que ya augura
alcances
de milenio.
Epitafio
Ya me fui y estoy con vida,
me quedo para vivir muerta.
Mis células se funden
en el crisol del viento,
germinan de mi lengua
semillas que hablan
a través de flores amarillas,
los nísperos se enraízan
en mis muslos,
mis ojos alimentan pájaros.
Mis manos
convertidas en hojas,
nutren crisálidas.
Flor de sortilegio
Sueño que vuelo,
y vuelo;
sueño morir,
mas no muero,
si volando te sueño,
soñándote me muero.
Etiquetas:
poesía latinoamericana
Suscribirse a:
Entradas (Atom)