martes, 15 de julio de 2008

Latinoamérica Escribe 2006



Cuento publicado por la editorial Raíz Alternativa, Buenos Aires, Argentina, en la Antología "Latinoamérica escribe 2006"



A Saramago

Sin proponérselo, Marifer hizo un gran descubrimiento como consecuencia de aceptar turno mixto en su empleo. Amante del placer de dormir y porque su organismo verdaderamente así lo reclamaba, por años, al final de la comida, había tomado una breve pero gratificante siesta. A raíz del cambio de horario, este ligero descanso devino en una hora completa de sueño.



Marifer, poco a poco fue habituándose a actividades propias del despertar antes del cotidiano regreso a sus labores vespertinas: apresuradamente estiraba las sábanas; desentumía sus músculos con escasos minutos de gimnasia, seguidos de un rápido duchazo; seleccionaba con coquetería su atuendo y se vigorizaba de golpe con café hirviendo. Después de un mes o dos de esta nueva rutina, tuvo la impresión de haber vivido al doble, los días del calendario.



La sensación le gustó tanto, que para incrementarla, replaneó su horario de descanso: dividió las nueve horas de sueño total, ocho nocturnas y una vespertina, en dos sesiones de cuatro y media cada una. Para facilitar al lector la comprensión de cómo eran ahora sus días duplicados, diremos que se dormía a media noche, se levantaba cuatro y media de la madrugada y sin omitir ninguno, realizaba los ritos que anteceden toda partida a un empleo. Salía rumbo a sus labores a las seis a.m. La holgura de que disponía, le permitía llevar a cabo las tareas domésticas dejadas antes en manos de gente ahora innecesaria. Al regreso, justo a las doce del día y ataviada sólo en un minúsculo underwear, corría el prolongado y grueso cortinaje de su habitación para penetrar sin los sobresaltos del calor, el mundo onírico. Despertaba cuatro treinta de la tarde; repetía las obligaciones antes descritas y con renovados bríos, se dirigía a su trabajo. Así transcurría un día solar, convertido por ella en dos días funcionales.
Poco a poco, se revelaba en su mente lo que podía significar esta inigualable y magnífica experiencia: la seguridad de haber hallado la fórmula perfecta para disfrutar la vida como nadie.



Después de un tiempo, pensó que aún podía aumentar los beneficios si subdividía el sueño en tres sesiones de tres horas, creando aún más despertares. Para poner en práctica esto, reorganizó sus actividades: duchábase una vez sí y otra no; hacía ejercicio con menor frecuencia; alternaba tender su cama con tomar café y bizcochos. Buscó sin descanso opciones para que sus tres periodos de vigilia, de cinco horas cada uno contenidos en un día solar, le rindieran de tal suerte, que llevara a cabo todas las actividades inherentes al cuidado de su cuerpo, pero también pudiera atender sus compromisos laborales y sociales. Sin embargo, fue registrando tal profusión de recuerdos, que sufría temporales desubicaciones acerca de la cronología de cada día, por lo cual recurrió a la treta de referirse a ellos agregando a los nombres convencionales, incisos literales. A partir de entonces, en sus monólogos, se refería al lunes a, al martes b o al domingo c.



La experiencia era tan alucinante, que Marifer se admiraba de cómo, una idea tan sencilla, no se le ocurrió antes a nadie en el mundo: toda la humanidad, por siglos, cayó en la trampa de contabilizar la duración de los días con base en la rotación de la tierra, inflexibilizando con ello, el transcurso de sus vidas. El régimen inventado por ella, podía permitir a cualquier persona, como lo probaba la evidencia actual, contemplar en tiempo real los portentos de la naturaleza ocurridos en diversos horarios: disfrutar por igual la puesta o la salida del sol, la belleza del arco iris; mirar los tres rostros de la luna; sentir la exaltación que provocan las estrellas fugaces; asombrarse del movimiento de las constelaciones, de los juegos de luces de la aurora, de las siluetas de las tormentas, y cualquier otro fenómeno que podamos imaginar, aunque nunca lo hayamos observado directamente.



Feliz con sus observaciones y convencida a plenitud de que tal situación le brindaría adicionales ventajas sobre el asunto de vivir más días que la humanidad entera, quiso ir más lejos: dividir el sueño en espacios más cortos…
Cuando llegó a subdividir en diez periodos oníricos un día solar, cada uno de estos medían cincuenta y cuatro minutos, y dado que este lapso no le pareció muy fácil de registrar en su reloj despertador, -instrumento indispensable a estas alturas para controlar las alternancias entre los ratos dormida y en vigilia-, decidió ampliar estas sesiones a una hora, lo cual facilitó su manejo. Esta fracción, arrojó la cantidad de diez horas de sueño por día. Los espacios de vigilia se redujeron a ochenta y cuatro minutos, o sea, representaron una hora veinticuatro minutos, durante los cuáles Marifer permanecía despierta antes de volverse a acostar. Estos ajustes la colocaron en la apremiante situación de hacer arreglos adicionales a sus costumbres: cuando no iba a salir de casa no se quitaba la pijama, lo cual podía suceder un lunes, martes o miércoles, nombrados actualmente con alguna de sus correspondientes subdivisiones: a, b, c, … h, i, j. Desde luego que empezaba a confundirse y eran menester minuciosos registros para no extraviarse: sobre una cartulina blanca, afortunadamente almacenada en su estudio, construyó un código de registros.


Por entonces, sólo casos de extrema urgencia la animaban a salir de compras, pues el pequeño espacio de ochenta y cuatro minutos del que gozaba despierta, le resultaba insuficiente para hacer viajes a la tienda cercana. Le costaba verdaderos malabares mentales identificar cuál de los días, si el a, el b, el d o el f, era propicio para evadir las terribles colas de las quincenas solares cuyo significado no había olvidado: las tiendas se convertían en clubes sociales, guarderías y sitios donde competían ofertas de objetos inservibles y comida de plástico. También trataba de esquivar las vísperas de fiestas nacionales y religiosas por las compras de pánico de bebidas espirituosas que incitaban; las temporadas de regreso a clases con sus interminables listas de útiles inútiles; la celebración de San Valentín que encarna en objetos el amor y la amistad, del día de las madres, de los padres, del maestro, del niño, de los fieles difuntos... en fin, una lista escalofriante de eventos que ocasionaban aglomeraciones en los centros comerciales.



Al llegar Marifer a subdividir el día en veinticuatro porciones, tuvo conciencia de que debía dormir veintidós minutos y medio convertidos en veinticinco (según las razones antes expuestas de manejo del reloj despertador), por cada treinta y cinco minutos de vigilia. Todavía logró identificar las veinticuatro porciones, resultado de la descomposición de un simple día solar, pero el abecedario estaba a punto de agotarse y no encontraba la manera de hacer mayor número de particiones sin confundirse. Había cambiado de estrategia para encontrar espacio de darse un baño, de alimentarse, o de salir a comprar provisiones: empleaba como base todas las subdivisiones de la misma letra, los miércoles, jueves o viernes etiquetados m, querían decir disfrutar del agua; los n, ingerir una rebanada de pan acompañada de un vaso con leche; los a, los usaba para subir tres o cuatro veces las escaleras (no se trataba de perder la salud); los g, se daba tiempo para las necesidades corporales; los p, veía un rato las noticias de la televisión, pues tampoco era conveniente desconectarse de un mundo que ahora disfrutaba tanto, viviendo una cantidad de días la cual nadie antes que ella, logró en este planeta. Vaya, ni Matusalén ni algún otro viejo centenario citado en La Biblia; era un privilegio personal la cantidad de días por ella logrado. A este ritmo, calculaba, viviría veinticuatro veces más que cualquier mortal.


Cuando duplicó esta cifra, sus lapsos de sueño andaban por once punto veinticinco minutos convertidos en quince, por las razones que el lector conoce. Extrañada notó que sus periodos despierta, medían los mismos quince minutos. Resultó muy difícil para Marifer llevar la cuenta, o siquiera identificar uno a uno los cuarenta y ocho días que componían, o descomponían, un día solar. Se la pasaba haciendo anotaciones; las matemáticas no eran su fuerte, y lo peor es que los escasos momentos despierta, no le eran suficientes para buscar información sobre un mejor sistema para llevar sus registros, organizar su agenda, discernir con claridad en qué día vivía. Terminó por usar la técnica de dibujar rayitas en su vieja cartulina hasta llegar a cuatro, y cruzarlas con el quinto día. Era un procedimiento cómodo, que no requería de mucho espacio, propiedad crucial: el papel se le estaba acabando y no se atrevía a salir a comprar más, ya que no deseaba echar a perder el difícil y exclusivo plan que estaba ejecutando con tan magníficos resultados. El número de días era sorprendente, a juzgar por la cantidad de montoncitos de cinco acumulados en la cartulina, sobre la cuál ya escribía encima de las primeras anotaciones: aquellos controles perfectos apoyados en el alfabeto. Reconocía en este asunto una especie de vicio.


Sin estar del todo satisfecha, y gracias a una intuición sólo alcanzada por verdaderos genios creadores, decidió llegar hasta las últimas consecuencias. Ahora, Marifer pasa en su cama absolutamente todos sus dos mil ochocientos ochenta días de medio minuto, cerrando los ojos durante veinte segundos por cada diez que los mantiene abiertos.







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